Atardecer

Anochece. El sol cae atrás del horizonte dejando a la vista las tantas otras estrellas que parecen brillar menos solo porque están más lejos.

La temperatura baja. El calor abandona mi cuerpo lenta y progresivamente. De repente me doy cuenta que tengo frío.

El viento sopla no más fuerte que hace unas horas aunque ahora lo siento más. Parece portar mensajes desde muy lejos. Tan lejos que ya no distingo si en realidad vienen o van; si son para mí o son míos; o simplemente no existen...

La luz se va y se lleva consigo la seguridad que me daba el sentido de la vista. El mundo que conozco se transforma de repente en algo mágico y peligroso. Con las extrañas figuras ocurre igual que con el viento. ¿Serán de adentro, o serán de afuera? La frontera se vuelve cada vez más borrosa, hasta que desaparece por completo.

La tristeza que provocaba en mí la noche se transforma poco a poco en miedo. El miedo luego se transforma en pánico. Ahora corro. Huyo de las figuras que me persiguen con saña. Busco un refugio. No lo encuentro. No siento a nadie cerca.

Mis piernas ceden al cansancio y caigo al piso. Cierro los ojos y espero mi final.

Pero... sigo aquí. No he muerto. Observo a mi alrededor. Todo sigue igual de oscuro, igual de amenazador. Se que volverá a amanecer, y la noche se transformará en recuerdo. Sin embargo, no se cuanto falta.

También se que volverá a anochecer, y que todo volverá a ocurrir y por último, tengo bien claro que la noche de mañana deseo vivirla, y no sobrevivirla.

Cuco
Tandil, 25 de febrero de 1998.



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