Anochece. El día fue largo y difícil. Adentro la lucha fue atroz. Espartaco el guerrero tuvo mucho trabajo. Fuerzas de un tipo nunca antes visto tomaron todo el ambiente y sacudieron las viejas estructuras ya oxidadas. Moderar con la espada fue muy estresante. Los fierros cedieron a las fuerzas y ya no había orden estructurado sólido.
Afuera, Persius el mercader vigilaba atentamente. Nada debía entrar, nada debía salir, o sería fatal. Sus errores dolieron muchísimo, pero sus méritos fueron enormes. Todo lo que entraba llegaba directamente al alma; todo lo que salía generaba desequilibrios en el exterior. La energía se agotaba, y lo que parecía ser el fin se acercaba...
Fue cuando el Brujo, viendo que el campo estaba abierto, conjuró el poderoso hechizo que salió despedido hacia el centro del Universo.
Avanzada la noche del mundo, el rayo cósmico ya venía de regreso. Sin embargo, ahora eran dos esencias: grandes, fuertes y llevaban consigo la misión de hacer realidad el Nacimiento. Tocaron la atmósfera y cada uno siguió su camino, quedando entre ellos un hermoso, eterno hilo de oro.
Cuando llegó frente a Persius, éste hizo una reverencia y dio un paso al costado. Se completó entonces la milenaria fórmula que da origen a la evolución humana. La luz desplazó a la oscuridad y llenó todo el Interior con Amor infinito. Pero es el comienzo recién...